Soltar

Soltar es una de las palabras más populares en mi ranking personal desde hace un par de años.

Después de terminar con Pau, mis amigos me repetían esta palabra en cada sesión de terapia personal: "tienes que soltar, Marlene", "déjalo ir"... Antes nunca tuve problema con esto. Creo que siempre he sido lo suficientemente lista (sólo lo suficiente) para reconocer las situaciones negativas de las que tengo que partir. Pero cuando no hubo nada malo que dejar ir y simplemente tuve que soltar porque así tenía que ser, ahí hubo un gran abismo de incertidumbre en mi mente y realmente nada de lo que me decían mis amigos tenía sentido en ese momento. 

Creo que las rupturas son momentos especialmente importantes en la vida. Son puntos de quiebre que traen caos, inestabilidad, emociones raras... y a la vez traen nuevos caminos y posibilidades. Caminos a los que uno llega únicamente después de atravesar la tristeza y el dolor con valentía como dice Rilke en "Cartas a un joven poeta":



[...] 

Por eso pasa la tristeza. Lo nuevo que está en nosotros, lo recién llegado, se nos entra en el corazón, se desliza en su cámara más recóndita, y ya tampoco está allí: está en la sangre. Y no alcanzamos a saber lo que fue… Sería fácil hacernos creer que no sucedió nada. Sin embargo nos transformamos como se transforma una casa en la que ha entrado un huésped. No podemos decir quién ha llegado. Quizás nunca logremos saberlo. Pero muchos indicios nos revelan que el porvenir entra de ese modo en nuestra vida para transformarse en nosotros mucho antes de acontecer. Por esto es tan importante permanecer solitario y alerta cuando se está triste. Pues el instante aparentemente yerto y sin suceso en que el porvenir nos penetra, se halla mucho más cerca de la vida que aquel otro momento, ruidoso y accidental, en que el futuro nos acaece como si proviniese de fuera.

[...]


Al atravesar este camino me he topado con cosas que me han regalado una nueva perspectiva sobre muchas cosas, especialmente, sobre todas esas cosas que se nos niegan.

Una de ellas fue una vez que escuché a alguien decir que la visión que tenemos de nosotros mismos depende de cómo nos contemos la historia de nosotros mismos. Es decir, básicamente uno se arma su propio cuento. Luego, hace poco escuché a otra persona que decía que con los años había aprendido a confiar más en que las cosas -por sí solas-  van a estar bien.

Creo que estas dos declaraciones, sin conexión aparente, me han ayudado a darle otro sentido a la incertidumbre. Por una parte, ya no tengo esta idea romántica de "si se quiere, se puede". A veces la vida es mucho más complicada que eso y para empezar, el problema empieza en saber qué es lo que se quiere. Por otra parte, ahora pienso que lo más importante, no son las relaciones, ni las personas, ni los títulos que tengan estas relaciones para las personas. Creo que lo más importante es el momento que uno comparte en el presente con las personas. Ese invisible y continúo tomar-soltar. Creo que cuando uno se vuelve consciente de ello, se comienza a vivir más afianzado al mundo y a la fortuna de coincidir y a la vez más suelto por lo efímero del momento. Ese momento, es el mejor momento porque uno está ahí.

Soltar, finalmente, se ha vuelto un juego para mí. Un juego cuyas reglas de entrada exigen astucia y confianza y que con un poco de buena suerte uno avanza a casillas llenas de gratas sorpresas.

Espero que la siguiente vez que pase lo tome con más tranquilidad. Por ahora, sólo queda seguir jugando.

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