sin título

Yo nunca me he llegado a enamorar. A mí me cae un rayo, me pasa un tren encima, me estrello contra una pared a 120 km/h. Irreversible. 

Hay personas que son rayo, que son embestida, que son revolución. 

Por supuesto que uno puede llegar a querer y probablemente a enamorarse de alguien independientemente de la arista por donde se empiece. Sin embargo, parece que el camino al centro de eso se hace más largo cada vez, laberíntico incluso. 

Enamorarse por el rayo, es caer al mar y conocer un montón de criaturas increíbles que pocos conocen y de las que nadie habla en tierra. Es seguir cayendo y cayendo y cayendo y nunca tocar fondo y saberse diminuto y arropado en la azul inmensidad. Es saber que el oxígeno eventualmente se va a acabar  y entonces retienes un poco más la respiración y abres más los ojos y te enfocas más en sentir el agua tocando cada poro y cada recoveco de tu piel antes de regresar a la superficie. Es suplicar por que la noche sea eterna. Es nadar en infinitas olas de placer. Es olvidarse del maldito nombre de las cosas y de las flores, como dice Efraín




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