#cuéntalo

Cuando tenía más o menos 9 años acompañé a mi abuelita al mercado. 11 de la mañana, cerca de 45° C y unos tremendos bolsones que llevábamos a casa. Nos detuvimos en una farmacia para descansar un poco y esperar a mi tía con la otra parte del mandado. Yo me senté (¡por fin!) en el suelo. Los mosaicos estaban muy frescos y eso me reanimó, luego vi que sobre ellos había una fila de hormigas negras transitando hacia abajo del mostrador y me dediqué a observarlas. De repente escuché un «tch tch» tenue, luego un poco mas alto y luego un «¡muñeca, siéntate bien!». Giré mi cabeza y era mi abuelita gritándome desde el fondo de la farmacia. Yo no entendía, sentarse bien fue en ese momento un misterio más grande que la dirección de las hormigas. Luego volví a girar la cabeza y en frente de mí, sentado en un escalón estaba un viejito, lamiéndose los bigotes porque había estado observándome él a mí mientas estaba sentada con las piernas abiertas durante todo ese tiempo. Llevaba unos shorts holgados y seguramente se me veía más allá de la entrepierna. En ese calorón me quedé helada con el descubrimiento de lo que era «sentarse bien». Me levanté de un brinco y me fui con mi abuelita.

A los 14 años cursaba el segundo año de secundaria. Un lunes, uno de mis compañeros llegó al salón rodeado de sus amigos que le hacían mil preguntas e intentaban sacar algo de su mochila. Finalmente llegaron a su locker y él sacó una camisa blanca toda hecha bola, la olió y luego la pasó entre sus amigos. Alguno de ellos la extendió y la camisa tenía una mancha de sangre. Luego otro bautizó la camisa como "la descalabrada". Yo estaba en el fondo del salón con mis amigos mientras esperábamos al resto de nuestros compañeros y al maestro y no entendíamos muy bien lo que estaba pasado. Luego llegó la chica que andaba con el muchacho dueño de "la descalabrada". Ella llegó rodeada de sus amigas que le secaban las lágrimas. Entonces todo tuvo sentido. La camisa que llevaba era la bandera de su triunfo de machito y la ondeaba como diciendo "¡yo la desvirginé!". 

A los 20 mi hermana y yo quedamos con un amigo en el centro. Sábado a las 5 de la tarde. Tomamos la oruga (que para variar iba llenísima). Siempre hemos jugado a molestarnos entre nosotras. A veces nos picamos la nariz o nos pellizcamos las pompis en momentos inesperados. Ese día mi hermana volteó a verme enojadísima y me dijo «¡ya! aquí no juegues» y yo con una cara de confusión total le dije «¡¿qué?! yo no estoy jugando». Luego se puso totalmente pálida y me dijo «si no fuiste tú entonces me acaban de meter la mano». Entonces volteé y justo detrás y muy cerca de ella había un tipo con la mirada perdida pero con una sonrisilla de poder. No había error. Entonces le dije que se cambiara de lugar y que cuando llegáramos a la estación se bajara rápido. El resto del camino no dejé de verlo a la cara y sentí que se puso incómodo inmediatamente. Pensé que cuando llegáramos a la estación le iba a tirar un golpe porque así podía salirme rápido y si pasaba otra cosa tal vez un policía me podría ayudar. Seguí mi plan. Le tiré un manotazo en la cara y le grité que ya no anduviera tocando a las mujeres (y un par de groserías, claro). Ni siquiera lo vio venir y se salió conmigo a la plataforma de la estación y lo negó todo (como diciéndome loca). Con todo el alboroto, un par de señoras se acercaron a nosotras y nos defendieron y dijeron que llamarían a la policía. Mi hermana y yo lo dejamos ahí porque no queríamos llegar tarde (ni tener más problemas).  

Hace 3 semanas mi coche se descompuso y casi todos mis traslados los tuve que hacer en uber. Uno de los conductores me hizo este comentario por haberme sentado en el asiento de enfrente sin que él me lo pidiera: «Qué bueno que se sentó acá, señorita. Hay muchas muchachas que se sientan atrás y cuando les pedimos que se sienten adelante para no tener problemas con tránsito, se molestan y hasta cancelan los viajes. Lo que ellas no saben es que atrás es de todas maneras más peligroso para ellas. Fíjese, si hay un accidente, que dios no lo quiera, los pasajeros de atrás casi nunca llevan el cinturón de seguridad. No pus así siempre salen proyectados o con el cuello lastimado. Luego mire, si yo fuera malo, con toda tranquilidad pongo el seguro para niños y a ver cómo sale. Así yo ya podría hacerle lo que quisiera, ¿no? La asalto, la violo, la mato y la tiro, como en el empedrado que acabamos de pasar, ya ve que ni hay gente en ciertas horas...» Para ese punto yo ya no sabía qué decir... solo quería que ya terminara el viaje. Sentí que me decía todas esas cosas como para intimidarme o darme miedo. Afortunadamente siempre he podido manejarme bien ante situaciones de estrés sin mostrar demasiado en mi cara. Decidí que lo mejor era demostrar "empatía" por su punto de vista y llegar sana y salva. Luego comenzó a detenerse en cada semáforo, incluso si seguían en verde. Entonces me empecé a desesperar pero pensé que tal vez sería contraproducente comentarle algo, así que seguí manteniendo la calma, ya solo faltaban unos 600 metros para llegar y estábamos en una calle bastante concurrida. Llegamos y me bajé inmediatamente. Sentí mucho alivio al llegar a la casa de mi alumno que ya me estaba esperando. Al terminar la clase lo reporte y los de Uber me atendieron con bastante rapidez. Una chica me preguntó los detalles del viaje. Una de las preguntas que me hizo fue si el conductor intentó tocarme. Le contesté que no pero que creía que eso no había sido necesario para haberme hecho sentir insegura. Dijeron que "tomarían cartas en el asunto" y lo bloquearon conmigo. 

Desde la resolución del caso de La Manada  ha habido una serie de reacciones en mis redes sociales que me han llamado mucho la atención. 

1. La indignación y frustración de casi todas mis amigas o conocidas que suelen manifestar su opinión ante estos temas en facebook o twitter.
2. Las casi nulas opiniones de mis amigos o conocidos. Los que llegan a publicar algo, solo comparten la noticia. Todos los demás se mantienen al margen. 
3. La manifestación de artistas españolas ante el caso. Hay dos ilustradoras que me gustan particularmente; Lola Vendetta  y Flavita Banana. Ambas de Barcelona y ambas con una perspectiva a la vez dura y a la vez sincera sobre lo que significa ser mujer. 

 4. El hashtag #cuentalo  en Twitter, en donde las chicas han decidido contar sus historias de acoso o violación de ellas o de conocidas que no pueden contarlo porque viven amenazadas, porque las mataron o porque fueron abusadas cuando eran bebés y tampoco lo pudieron contar. Son historias aterradoras. 

Creo que en todo esto hay varios elementos comunes. El machismo, los acosos y la "cultura" de la violación nacen de prácticas de socialización y validación en los hombres y son perpetuadas por algunas (muchas) mujeres. Desde discutir quién está más buena y lanzar el piropo que más conmoción cause, alburear, microhumillar, tener celos hasta... bueno, sabemos hasta donde. 

Una vez hablé con un chico alemán que estaba estudiando leyes y me dijo que ese día habían comentado la figura global de la mujer en las leyes y me dijo: «Es increíble que a pesar de que las mujeres sean mayoría en números, en posiciones importantes o ante las leyes y políticas públicas de muchos lugares del mundo siguen siendo una minoría, una minoría que lucha por tener las mismas oportunidades y trato que los hombres y me siento muy apenado por eso». Claro que eso para mí no fue una sorpresa, uno ha vivido toda su vida como mujer y uno intuye que la cosa, en muchos aspectos, no está tan bien. 

Lo que realmente me ha sorprendido desde entonces es que ser mujer en otros lugares del mundo como Europa no significa vivir mejor sino tal vez un poquito menos peor (o en el caso de España... igual).

Estos días me he preguntado cómo puedo hacer para cuidarme y cuidarnos más y para cambiar (aunque sea poquito) la situación y dejando de lado todos los "hubiera", creo que lo mejor es: 

  1. No tener miedo. 

  2. Parar en seco los comentarios o las conductas (micro)machistas de familia, de amigos, de conocidos, de alumnos (en mi caso) e incluso de nosotras mismas (aunque esto pueda generar incomodidad o más violencia, siempre es más oscuro antes del amanecer, dicen)

  3. No culpabilizar a la víctima.
  4. Somos más fuertes de lo que creemos: En todos los testimonios que he leído o escuchado hay algo entre líneas y es que las sobrevivientes -a pesar de todo- son más fuertes de lo que les haya pasado. 


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